El sábado a la noche anduve por el Club Social Deportivo y Cultural Eros, ahí por Palermo. Me senté y pedí una milanesa con fritas y un López. En el club no se preocupan por las paredes descascaradas ni por el pelo del cocinero, cada uno está en la suya, pero de un modo extraño todos estamos en la misma. El olor a frito, la tele de fondo, los viejos jugando al truco, los turistas cual visita a una ¨rareza nacional¨...todo muy nostálgico.
Hay algo en el aire que me hace sentir unido a ese lugar, es como estar en casa sin haber estado nunca. En eso se me ocurre agudizar los sentidos y empiezo a darme cuenta de ciertas cosas: un cuadro del Papa Francisco, trofeos de fútbol bien locales, boxeo en la TV, todo tiene ¨lo de barrio¨.
Es ahí cuando escucho que un viejo gritonea. Le está hablando de mesa a mesa a una parejita con pinta de porteños progre. Grita mucho y yo consigo entender que habla de sus ancestros italianos, de su venida a hacer la América. Se lo nota curtido pero pequeño como un viejito que se va encogiendo, victorioso pero como inmigrante que vivió muchas derrotas. Entonces empiezo a atar cabos. Hago las cuentas y todos los resultados me dan lo mismo. Empiezo a tener la certeza de que no puedo errarle.
En ese instante el viejo se levanta, saluda y se dirige a la puerta. Con la certeza entre mis manos me levanto, lo freno, me presento y le pregunto -maestro, ¿quién gana las elecciones?- no lo duda ni un instante, no le importa qué pienso ni quién soy, todos estamos en la misma -el peronismo, pibe. El peronismo-.
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